lunes, 27 de septiembre de 2010

He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana...

Criatura incorpórea que lucha por aferrarse a una vida. Miente si es necesario. Lucha por tu cadáver. Ayúdame a regresar. Castígame sin remordimientos. Exprímeme las ansias que tengo de morir.
-Te dije que no revolvieras las sábanas de mi cama. Cuándo vas a entender.
-Entiendo lo que me parece claro, y lo que tú me dices nunca lo es.
-No entiendo que palabras quieres para decirte más claramente que no te deseo aquí.
-Si tus actos hicieran efectivas tus palabras, me iría.
-Es precisamente por eso que ya no te quiero cerca, porque estando tú conmigo me enloqueces, pierdo la cabeza. Tenerte en mi cama es muy peligroso.
-No le hacemos daño a nadie.
-Más que a nosotros mismos.
-Si nos sentimos bien así, ¿qué más da?
-Sabemos perfectamente que a los sodomitas como tu y como yo, tarde o temprano caemos ante los ojos de aquellos que nos están buscando. Por mucho que sigamos juntos, no terminará así.
-La verdad es que nunca pienso en cómo terminará.
-Porque nunca piensa nada que no sea para tu propio bien.
-Pero así me amas.
-Desafortunadamente.
-Me lastimas. ¿Desafortunadamente?, cada noche somos uno mismo, y nunca te he escuchado decir que desafortunadamente hacemos el amor cada que tenemos oportunidad.
-Es porque soy tu presa. Presa de esa mirada, de esos labios, de tus brazos, músculos, muslos, y de tu bálano…
-Y crees que así voy a decidir abandonarte.
-No te desvistas, no…
-¿Por qué no?
-Porque soy capaz de afrontarte.
-Estoy esperando que lo hagas.
-Me tientas. Siempre lo haces, ¡sabes que soy muy débil como para resistirme a tus encantos! Quédate así, solo con los pantalones puestos porque si te los quitas yo…
-Ven a mí.
-No debiste quitarte nunca los pantalones.
-Si no lo hubiera hecho no estarías rogándome por amor, y yo, mi adonis, soy incapaz de alejarme de tus caricias.
-Por favor, tócame.
-Ya lo hago, amor mío. Tú no dejes de alisar mi piel.
-Y tú promete que no te irás, al menos por esta noche.
-Pero si me corriste hace unos minutos.
-Soy un idiota si pienso que puedo dejarte ir.
Y henos ahí. Sodomizándonos el uno al otro hasta el cansancio. Siendo esclavos de nuestro propio deseo carnal. Del destino incierto que nos aguardaba tras la soledad. Porque no teníamos a nadie aun teniéndonos y mis órganos se quedaban sin clemencia. Agotados de cohabitar, bañados en el sudor de nuestros actos, se siente una fría capa de dolor que inunda los latidos de un corazón arraigado en otro todavía más lacerante.
No dejes de acariciarme aquí. Aquí donde mi espíritu comienza y termina el atardecer de un hombre muerto vestido con las ropas de un niño. Un hechizo que adormece mi entidad cuando al ser expuesta a tu tacto se vuelve incandescente. Ésta furia que se lleva por dentro atraviesa las sensaciones de un par de semejantes asechados por el mismo anhelo.